domingo, 28 de junio de 2009

¡En ti está seguir o ceder!


Por, Vicente R Tornés Reyes

Antes que nada permítanme que les diga que las consideraciones que inmediatamente les presento no son producto de un teórico de la sociedad donde cada palabra dicha puede quedar avalada por su autoridad en el conocimiento de la materia, ni por investigaciones previas que confirmen el dato expuesto. El que se dirige a ustedes se presenta como un cubano “de a pie”. Como dijera nuestro Apóstol Nacional José Martí refiriéndose a sus Versos Libres, me atrevo irreverentemente a repetir con él: Éstos son mis humildes pensamientos. “Son como son. A nadie los pedí prestado (…) Tajos son estos de mis propias entrañas (…) No zurcí de éste y aquel, sino sajé en mí mismo”.
Me han pedido que les abordase el tema de La libertad de expresión en la Iglesia de Cuba. Este binomio: libertad de expresión, por un lado e Iglesia, por el otro, está, a mi parecer, íntimamente relacionado con otro binomio de no muy diferente orden. Sería la relación que existe entre Gobierno y Sociedad Civil en un Estado totalitario.
Comprendiendo las características pertenecientes a este tipo de Estado, llegarían ustedes, de forma casi silogística, a sacar sus propias conclusiones acerca del tema en cuestión. Y todo esto sin mi ayuda.
En Cuba impera un régimen totalitario. Esto significa que el influjo del Estado penetra toda la vida social. Se extingue la Sociedad Civil como algo independiente y desaparece la esfera privada. Un Estado de tal calibre acapara en sus manos todo el monopolio del poder: educación, economía, cultura, vida privada y religión. La Iglesia como “institución” independiente del Estado y parte de una Sociedad Civil queda subsumida bajo la extensión indefinida de este absolutismo así descrito.
Ahora bien, después de este pequeño preámbulo, dirijamos nuestra atención a la situación eclesial cubana con respecto al tema que queremos tratar.
Las componendas que puede garantizar la Iglesia en Cuba resultan mínimas y muchas veces imperceptibles a la vista de la mayor parte del pueblo. Debemos decir que su presencia en los medios de comunicación es escasa, por no decir nula. La televisión, la radio, la prensa, instrumentos todos de difusión nacional están vetados para el mensaje evangélico y pastoral. Quiero exceptuar, en este momento, aquellos casos puntuales donde la Iglesia (me refiero siempre a la Iglesia Católica) sí ha podido aparecer en la palestra de algunos de los medios de comunicación. Un hecho claro ha sido cuando el Papa Juan Pablo II nos visitó y las celebraciones fueron trasmitidas por la televisión. Pero aquí fue la realidad la que se impuso y no el derecho ni la legalidad. Pero si redujésemos su campo de acción y lo orientamos a aquellos ámbitos de su pertenencia, por ejemplo una parroquia. ¿Puede aquí expresarse libremente un pastor o un feligrés? Lamentablemente no. Los implicados son conscientes que dentro del grupo, por lo general, deben contar con un “intruso” que archiva cada palabra de tu mensaje y le dará cuenta a un órgano superior que las decodificará y las declarará de adecuadas o no. Si lo son te dejarán tranquilo. No pasará nada. Eres uno más del rebaño dócil y obediente. Ahora, si tus palabras son incómodas y “non gratas” aparecerá un enviado del órgano represivo tocando un día a tu puerta. Te recordará, con lujos de detalles, aquellas palabras que habías tenido por olvidadas en ese preciso momento. En tu conciencia desconcertada alojan ahora el miedo. ¡En ti está seguir o ceder!